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miércoles, 31 de julio de 2019

Tatuaje


Estaba durmiendo profundamente, soñaba con Michelle. La tenía enfrente, muy cerquita, alta, con los rasgos que un poco imagino y mezclo con fotos robadas en los jardines de face. O es solo recordar, recordarme a mí a los 15 años, el pelo más largo y feminizar su rostro, su cuerpo, sus gestos. Es igual a mí. Tan alta como yo, la tengo cerca, sus ojos casi a la altura de los míos. Me mira fijo con esos ojos oscuros casi negros, esa mirada profunda de párpados rasgados.
Me mira a los ojos, en silencio, yo no puedo ni quiero apartar la mirada. Hago un mapa mental de su imagen para siempre. La tengo tatuada en mis retinas, estampada en mi alma. Me mira, me mira. Sus ojos empiezan a moverse, se deslizan de manera horizontal apenas perceptiblemente. Casi hipnotizan. Se mueven. 'Me va a abrazar', pienso. 'Si sigue moviendo los ojos así, me va a abrazar'.
Sus ojos se deslizan de un ojo mío al otro, como tratando de leer quién es ese tipo. Ese tipo soy yo. Su mirada se queda quieta, pierde su profundidad. Me abraza. Me aprieta fuerte y no me suelta. Imagino que a mi espalda ahora tiene los ojos cerrados, fuertemente apretados. Yo los tengo abiertos, no puedo cerrarlos. Si lo hago cómo hago para verla en sueños.
Suena el celular...
La putísima madre, lo revoleo al carajo, rebota aquí y allá quinientas veces, como queriendo llamar la atención. Me agarro fuerte de la almohada, ahora sí, cierro los ojos con fuerzas, los aprieto hasta casi dolerme los huesos de la cara. Tengo que dormirme. Tengo que dormirme. Tengo que cerrar los ojos. Si no los cierro, cómo voy a hacer para verla en sueños.
No me volví a dormir. En toda la noche no pude dormir. Me quedé mirando su rostro tatuado en mi memoria. Ahora estoy cansado, necesito dormir. 






Autor: Cristian Crucianelli


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