Soltaron las cuerdas del presente, las cortaron; y el tiempo se alejó con un quedo gemido, huyendo como el aliento del viento, hacia más allá de donde se puede ver, hasta ese lugar que los humanos jamás van a conocer. A lo lejos, se fue apagando un llanto.
Las campanas sonaron cuatro veces y, entre tañido y tañido, todos y cada uno de los que habitan la tierra, pudieron escuchar el oprobioso silencio del ser, que es sólo ruido, entre sonido y sonido.
La música quedó fuera de ellos. Y sólo pueden escucharla.
Autor: Cristian Crucianelli
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