Es domingo. Estoy de visita en la casa de mis padres; de visita en mi
propia casa, la que fue mi casa. Y todo me parece tan extraño, tan ajeno y tan
mío...
Les digo a mi esposa y a mis
hijos que entren, que me esperen unos minutos mientras termino de bajar las
cosas del auto.
Entre la correría de sus nietos
mis padres salen a recibirme y, ya golpeadas sus mejillas de besos y apretados
sus pechos de abrazos, me ayudan con las botellas de vino, la carne y el pan
para el asado.
Se detienen en la puerta de la
casa y me miran esperando que los siga. Yo estoy ensimismado en medio de mis
recuerdos, apoyado contra el auto, con una mano inmóvil sosteniendo la tapa del
baúl. Escucho a mi madre que me dice: "¿No vas a entrar, hijo?". No
le contesto.
Mi padre, muy experto en leer el
corazón de las personas, dice risueño: "Dejalo, vieja; no se va a escapar.
¿No es cierto, Ale?” -y con un guiño
agrega-: “Yo te aviso cuando esté listo el fuego".
Muy probablemente, él sabe lo
que siento cada vez que retorno al barrio de mi niñez, a mi casa. Él no pudo volver a la suya, allá, en su Italia, y sabe que nunca va a
volver...
Recuerdo cuando de pibe, entre
cañas y aparejos, me llevaba a pescar a la
Costanera.
"Allí nací yo" -decía señalando el río (él le decía mar).
"Allí, muy lejos, del otro lado del mar" -sus ojos, fijos en el
horizonte, se agrietaban como vidrios rotos.
Recuerdo aquello como si fuera
hoy. Yo miraba la punta de su dedo fuerte y tembloroso, y pensaba: "¡Qué
lástima que papá no sepa nadar!"
Autor: Cristian Crucianelli
Hermoso relato que me lleva a mi niñez, a las largas sobremesas de los domingos, con mis padres y hermanos. Padres descendientes de italianos y españoles, charlas en familia donde podíamos tocar cualquier tema. Sentada al lado de papá, quien me acariciaba como al descuido, bajo la mirada cómplice de mamá. Te quiero decir GRACIAS!!!! Sí, gracias por haberme permitido revivir estos dulces recuerdos de mi infancia y mis orígenes.
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